Sobre
los árboles del fondo, hay pájaros. En un rato iré a tocarlos pero mientras
tanto, bebo este mate. El día está en su límite visible, un poco más y tendré
que encender las luces del jardín. Media hora, cuarenta minutos. Lo suficiente
para terminar la pava y estirar la tarde. A las siete u ocho en verano, las
cosas cobran formas increíbles, en los charcos de lluvia está la luna
refractada en mil pedazos, repartida en cada onda. Nunca estuve mejor. Mi
reposera rechina a cada movimiento, y en la radio portátil pude agarrar la
106.5: la radio con los temas del momento. Escucho esos acordes villeros, me
conmuevo.
Con esta alegría, defino mis
próximos movimientos.
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